10 extractos del libro 'Padre nuestro que estás en el sofá: el gran libro de los padres' de Arturo González y Sergio Fernández “El monaguillo”

Cada vez que le echas en cara algún privilegio que tiene en casa, él se sube la barriga orgulloso y te suelta esa mítica frase de: 
—Cuando seas padre comerás huevos.

Una de las injusticias más grandes que sufre el padre es la opinión popular de que el hombre está genéticamente dotado para las tareas de la casa. No se sabe bien por qué, parece que el cerebro del padre ha sido creado por el mismo que diseña los folletos de las instrucciones de Ikea, y se piensa que el padre es capaz de arreglar cualquiera de esas pequeñas chapuzas que surgen en el hogar.

Todo padre que se precie tiene una caja de herramientas compuestísima que le regalaron los hijos el Día del Padre donde venían los cachivaches perfectamente ordenados en su hueco, pero que él ha ido descuidando, llenando de tornillos oxidados, tacos y tuercas que iban sobrando, hasta que la mueves y suena como las tripas de Terminator con colitis. 
Que un padre tenga una caja de herramientas tan surtida no quiere decir que tenga ninguna vocación de arreglar nada. Se debe a la profunda fascinación que tiene por las ferreterías. Tú a un padre lo pones en el escaparate de una ferretería, y ya puede pasar por allí Angelina Jolie comiéndose un Calippo que él ni se inmutaría. Seguiría mirando las segadoras alucinado, aunque en la vida vaya a cortar el césped.

Un padre ama a su coche incluso más que a un puesto de melones. Ese es realmente su territorio desde que entendió que en su casa le habían dejado una esquina del sofá y el cajoncito de sus cosas. Por eso en el coche es el rey del mundo, el emperador de las cuatro ruedas y os manda cosas como que no habléis mucho porque se empañan los cristales. Y por eso en el coche suena su música, la buena, la de su Mocedades, su Fari o esa cinta de Los Pillo Boys que tiene temazos como «Los puentes de Talavera» o «Candeleda, qué cosas más buenas tienes», todos tocados con un casiotone.

Por cierto, es fascinante la atracción que siente un padre por un CD que se llame «...Y otros éxitos». Fíjate bien, cuando para en Albacete para comprarse la navaja con cuchara, siempre echa un ojo a la torre giratoria de CD que hay en esos bares y, casi seguro, que coge uno que se llame «La Tuna: Clavelitos y otros éxitos», «Joselito: Doce cascabeles y otros éxitos», «Sabrina: Boys, boys, boys y otros éxitos», que aquí lo que piensas es: ¿otros éxitos, cuáles?

Se produce un fenómeno curioso en las broncas de coche de tu padre, que es el: 
—Tenías que ser...
Y no solo pasa cuando es una mujer la que te hace la pirula, que suelta eso tan civilizado de: 
—Mujer tenías que ser. 
Sino que se cabrea con los otros conductores en función de la matrícula que lleve: 
—De Gijón tenías que ser...; de Palencia tenías que ser...; de Madrid tenías que ser... 
Como si fuera un experto en la conducción palentina y supiera que ese es un hecho diferencial de los de Palencia. Esto ahora se ha acabado con las nuevas matrículas, porque no incluyen la región. Ahora tendrá que decir: 
—Calvo tenías que ser...; perilla tenías que tener...; europeo tenías que ser...

Un padre sale de vacaciones en coche muy temprano, tanto que realmente está saliendo el día anterior. Su obsesión es no pillar tráfico e intenta convencer a todos diciéndoles: 
—Así llegamos pronto y aprovechamos el día... Podéis ir todo el viaje durmiendo... De noche se conduce mucho mejor porque solo hay camiones... Así nos ahorramos comernos todo el calor y llevar el aire acondicionado es malísimo para la salud; lo he visto en un documental...

La prueba de fuego: ¿está tu padre contento con el lugar elegido para pasar las vacaciones? Sabes que es así cuando dice: 
—Qué bien se aparca aquí. 
Una de las cosas más valorada por un padre del lugar de vacaciones es que no haya problemas de aparcamiento. Le da igual que las playas estén llenas de piedras y alquitrán, que haya incluso tiburones, que llueva todos los días, que haya peligro de inundaciones o que venga una plaga de mosquitos del tamaño de un Twingo. Todo eso deja de tener importancia si se aparca bien.

Llega por fin el instante más importante del banquete: el baile. Tu padre se sube el pantalón lo que le permite la cintura, se aprieta el cinturón y empieza a pegarse unos bailoteos. Se suele acercar a los más jóvenes a recriminarles que no se mueven haciéndoles bailes para los que su cuerpo no está preparado, y en este momento entra en modo «baile de padre». Este consiste, básicamente, en levantar los hombros moviendo los brazos sin ningún tipo de criterio mientras con las piernas hace círculos y movimientos que el mismísimo Michael Jackson hubiera descartado por arriesgados.

Donde un padre tiene que improvisar siempre, siempre, es respondiendo a las preguntas trascendentales de sus hijos: 
—Papá ¿el gazpacho es la sangre de los tomates?... ¿La lengua de un perro es de jamón de York?... ¿Tú te vas a morir?... ¿Y yo?... ¿Y lo más importante: se va a morir el señor que fabrica los Bollycaos?... 
Para este tipo de cuestiones hay una respuesta improvisada que nunca falla: 
—Hijo mío, eso pregúntaselo a tu madre.