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Ocio y Cultura 13/11/2022 · Diego Fernández

10 extractos del libro 'Tonto el que lo lea' de Arturo González y Sergio Fernández “El monaguillo”

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"¿Quién no recuerda alguna frase que decíamos cuando éramos pequeños como "En mí rebota y en tu culo explota"? ¿Y los pastelitos Tigretón y la Pantera Rosa? ¿Y los Juegos Reunidos? Basado en una sección del programa de radio "La parroquia del Monaguillo" de Onda Cero, Tonto el que lo lea recoge con mucho humor y nostalgia aquellos juegos, frases, programas, etc, que hace treinta años nos eran tan familiares."

Detalle de la portada del libro 'Tonto el que lo lea' de Arturo González y Sergio Fernández 'El monaguillo'

1. Extracto 1

Tonto el que lo lea
Tenía que ser la primera. Era la frase más peligrosa que te podías encontrar, por ejemplo, en la puerta de los baños. Lo peor de todo era que te la dejasen rayada con la aguja del compás encima del pupitre. Te pasabas todo el tiempo intentando no verla para no ser tonto, te obsesionaba —de ahí viene lo de «estar rayado»—, ponías el estuche encima, le pasabas la yema del dedo chupada para ver si desaparecía, o intentabas rayar las letras con tu compás para que no pusiera eso... Nada te valía, aquellos surcos habían cogido mierda y resaltaban sobre cualquier marca que tú hicieras.

2. Extracto 2

La ley de la botella: el que la tira va a por ella 
Otra frase de recreo que demuestra una teoría que veremos según vayamos avanzando en las frases de nuestra infancia: si rima, vale. A ti te decían: «La ley del patadón, el que la tira va a por ella», y no hacías ni caso. Pero era la de la botella, amigo. Que rima con ella. Ahí te dejaban sin argumentos. Ibas al otro lado de la valla como un pringao pensando: «Si hubiera tenido cuidao, no la habría tirao».

3. Extracto 3

Se ha escrito un crimen 
La abuela que todos quisimos tener: la señorita Fletcher. Allí estaba ella en su casita adosada echando la tarde con un descafeinao de sobre y su máquina de escribir Olivetti, hasta que, de pronto, se le ocurría darse una vueltecita por el cumpleaños del nieto de una amiga y ¡oh, sorpresa!: o la tarta estaba envenenada o el payaso que alegraba la tarde de aquellos chiquillos era un asesino en serie. No me extraña que terminaran no invitándola a ningún cumpleaños, porque era levantarse de la silla y aparecer siete u ocho cadáveres.

4. Extracto 4

Mazinger Z 
Menos mal que después de Marco pusieron Mazinger. Un niño que, al morir su padre —en estas series, si no eras huérfano o abandonado no eras nadie —, le dejaba en herencia un robot —en vez de dejarle el apartamento en Cullera, como a todo el mundo— para que el niño se jugara la vida frente a otros poderosos robots que mandaba un tío con los pelos más rebeldes que la Duquesa de Alba que se llamaba Doctor Infierno.
(Tonto el que lo lea – Arturo González pag 31)

5. Extracto 5

El patio de mi casa 
«... Cuando llueve se moja como los demás...». Entonces ¿qué tiene de particular? ¿Está en uso y disfrute? ¿Es de renta antigua?... Pero lo peor viene después: «Agachaté y vuélvete a agachar, que los agachaditos no pueden bailar». ¿Los agachaditos? ¿Qué son, una secta? ¿Una secta de gente que está en contra del baile y se agacha para oponerse a ello?

6. Extracto 6

Un elefante se balanceaba 
Puede que una de las canciones más dañinas de la infancia. Lo primero porque parte de una situación que no la ves desde el principio, y porque no tenía fin. Yo he pasado tardes de lluvia en las que, a los tres mil ciento cincuenta y seis elefantes he dicho: «Mira, esto ya sí que es imposible; esta canción es mentira». La venganza llegó después con una versión que cambiaba elefantes por alemanas que nosotros no nos sabemos, así que no vamos a ponerla aquí. ¡So guarros!

7. Extracto 7

La única salida que tenían los padres en nuestra época para poder descansar unos minutos de la locura que supone un hijo en casa era que el niño tuviera juguetes. Eso o mojarle el chupete en un poquito de coñac para que cogiera el sueño que, por cierto, en aquella época decían los abuelos: «Dale un poquito de vino que se pone mu gracioso».

8. Extracto 8

El paracaidista de plástico 
Era mi favorito. Lo vendían en los quioscos, y era un soldado con mochila poco definido; su vida dependía de aquel trozo de plástico con cuerdas que le hacía de paracaídas. Primero jugabas a tirarlo hacia arriba, pero tenía poco recorrido, hasta que ya lo lanzabas desde el balcón. Eran muchos los paracaidistas que acababan en terrazas ajenas y pocos los que llegaban al suelo. ¿Por qué nos cansamos del paracaidista?, pues porque nos agotamos de bajar a la calle a buscarlo después de arrojarlo. En mi edificio no había ascensor y llegué a desarrollar unos gemelos de subir escaleras que ni Ronaldo.

9. Extracto 9

Los juegos de la calle se ponían de moda, llegaban de pronto, sin avisar, como por sorpresa, como los virus o las canciones de Georgie Dann. De repente se ponía de moda el churro, mediamanga, mangaentera, ese bonito juego que consiste en romper espaldas de personas agachadas lanzándole otras personas encima, y cuando de pronto iba a saltar el más gordo de la pandilla —que era mi caso— se quitaban todos y te pegabas un porrazo contra el suelo que te estabas acordando dos o tres días después.

10. Extracto 10

Unos de estos juegos instructivos era beso, verdad o atrevimiento, también conocido como la botella, que consistía básicamente en que si te tocaba beso, tenías siempre que besar a quien nadie quería y además se lo dabas tan rápido que te dabas con los piños. Si te tocaba verdad eso era pregunta única: «¿Te gusta Tere?». Y si era atrevimiento era peor. Tenías que ir a un señor de la calle y decirle: «¿Imbécil la hora?» —que dicho muy rápido suena a «¿me puede decir la hora?»—.

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