10 fábulas de Esopo

A una zorra se le cortó el rabo en una trampa. Sentía tanta vergüenza que pensó que la vida no tenía sentido, pero finalmente resolvió convencer a las otras zorras de hacer lo mismo para, así, esconder su propia inferioridad en el sufrimiento común. Por ello, las reunió a todas y les propuso cortarse el rabo, no solo alegando que las hacía torpes, sino que les añadía un peso extraordinario. Una respondió: «Tú, si no fuera porque te conviene, no nos lo aconsejarías». 
Esta fábula es adecuada para aquellos que dan consejos a los que tienen cerca no por amabilidad, sino por su propia conveniencia.

Un campesino que estaba a punto de morir quería que sus hijos aprendieran las labores del campo. Los convocó y les dijo: «Hijos, en una de mis viñas yace un tesoro». Después de su muerte, cogieron los arados y las horcas y labraron todo el terreno. El tesoro no lo encontraron, pero la viña les ofreció a cambio una cosecha extraordinaria. 
La fábula muestra que el trabajo es el tesoro de los hombres.

Tenía un hombre dos perros: a uno le enseñó a cazar y al otro a guardar la casa. Cuando el perro cazador salía al campo y capturaba algo, el hombre también le tiraba un pedazo de la presa al otro. Irritado el cazador, le reprochó al guardián que mientras él siempre salía y trabajaba duro, él no hacía nada y se alimentaba de su esfuerzo. Le contestó el otro: «Pero no me culpes a mí, sino a quien me ha enseñado a no esforzarme y a comer del esfuerzo ajeno». 
Tampoco los niños gandules son culpables, pues sus padres los han educado así.

Un cabrito encima de una casa se burlaba de un lobo que pasaba por allí. Le dijo el lobo: «No eres tú el que se mofa de mí, sino el lugar». 
La fábula muestra que las circunstancias dan coraje contra los que son superiores.

Un médico, en la comitiva fúnebre de un familiar, dijo a los que iban por delante que el muerto, si hubiera dejado el vino y usado lavativas, no hubiera perecido. Uno le dijo en respuesta: «Ahora ya no es necesario que lo digas, pues no sirve de nada, haberlo aconsejado antes, cuando todavía podía hacerlo». 
La fábula muestra que es necesario procurar la ayuda a los amigos cuando les es útil, y no burlarse cuando ya no hay esperanza.

En la escuela, un niño le arrebató la tablilla a un compañero y se la llevó a su madre. Ella no solo no lo reprendió, sino que lo aplaudió. La segunda vez, robó un manto y se lo entregó, y ella lo recibió aún con más alegría. Con los años se hizo un joven, y ya se dedicaba a robos mayores. Un día fue sorprendido en pleno delito y lo condujeron al verdugo con las manos atadas a la espalda. Lo acompañaba su madre golpeándose el pecho, y él dijo: «Quiero hablar a mi madre al oído». Ella se le acercó enseguida, y él le arrancó la oreja de un bocado. La madre le acusó de impío, y dijo él: «Pues si cuando te traje por primera vez la tablilla robada me hubieras reprendido, ahora no estaría aquí, conducido a la muerte». 
La fábula muestra que lo que no se interrumpe desde un principio, se acrecienta.

Un jabalí estaba afilándose los dientes junto a un árbol. Una zorra le preguntó el motivo por el cual se amolaba los dientes si no corría el peligro de ser cazado, y él contestó: «No lo hago en vano, pues si me pilla un peligro no tendré tiempo de afilármelos, pero ya los tendré preparados para usarlos». 
La fábula enseña que se debe estar preparado ante los peligros.

Molestaba a uno la pequeña pulga. 
Él va y la captura, y le dice a gritos: 
«Escúchame, tú, ¿por qué me devoras los miembros enteros? ¡Me picas sin causa!». 
Y ella vocifera: 
«Déjame que viva, pues causar no puedo males importantes». 
El hombre se ríe, y le da respuesta: 
«Te mato ahora mismo, con mis propias manos, pues grande o pequeño, el mal no conviene, sea como sea, dejarlo que crezca». 
La fábula muestra que no hay que compadecer el mal, sea grande, sea pequeño.

Una zorra que nunca había visto a un león se encontró a uno y, como era la primera vez que lo veía, se turbó tanto que por poco muere. La segunda vez que lo encontró se asustó, pero no tanto como la vez primera. A la tercera, como ya lo tenía visto, se sintió tan segura que se le acercó y conversó con él. 
La fábula muestra que la costumbre disminuye el miedo a las cosas.

Una comadreja que había cazado un gallo quería comérselo por alguna buena razón. Así que empezó por culparle de ser un estorbo para los hombres, pues cantaba de noche y no les dejaba conciliar el sueño. El gallo dijo que hacerlo les era de ayuda, pues se levantaban para llevar a cabo sus quehaceres diarios. Al segundo intento dijo la comadreja: «Pues, a parte, profanas la naturaleza, porque pisas a tu madre y hermanas cuando las montas». A lo que respondió él que hacerlo ayudaba al amo, pues les provocaba poner muchos huevos. Sobreponiéndose, dijo la otra: «¿Te crees que porque tengas tanta abundancia de argumentos no voy a comerte?». 
La fábula muestra que la naturaleza malvada, si elige ofender pero no puede enmascararlo bajo una buena razón, hace el mal sin disfraces.